domingo, 10 de septiembre de 2017

Por la vuelta


1. Que es un soplo la vida…

Sepan disculpar el lugar común, la frase remanida: ¡qué lo parió, cómo pasa el tiempo! Hace apenas un año atrás, la sospecha de que no habría Comicópolis 2016 se convertía en amarga certeza. Y los meses que siguieron fueron de gran incertidumbre, hasta que apareció por redes sociales un anuncio oficial: había fecha para el regreso. Y resulta que ahora mismo, luego de tanta expectativa, estoy sentado esbozando un balance de lo que finalmente fue Comicópolis 2017, desde cuyo cierre han transcurrido ya siete días que también pasaron volando. Como el dato sobresaliente de esta edición es sin duda el cambio de sede (del original y gratuito Tecnópolis al restringido predio de La Rural), vuelvo a remontarme al pasado. En ese mismo lugar, hace ya diecinueve años, asistí a mi primera convención de historieta… Repito: ¡qué lo parió, cómo pasa el tiempo! Y sin duda ha corrido mucha agua bajo el puente desde entonces, basta con repasar algunas de las notas escritas en este blog. Pero este retorno a Palermo sin duda nos invita a acompañar la crónica del evento con alguna reflexión…

2. Comicópolis 2017.

Estuvo todo muy lindo, de eso no hay dudas. Todas las muestras fueron interesantes. Destaco en particular la de las máquinas de Quino sobre todo por original, por rescatar una parte de su obra con la que los asistentes más jóvenes (un alto porcentaje del total) no estarán familiarizados, especialmente desde que el prócer dejara de publicar en medios gráficos nacionales hace ya unos años. Y además desde un costado creativo, corporizando las máquinas, sacándolas afuera de la viñeta, y dialogando reflexivamente (y con humor, por supuesto) con la tecnología omnipresente y de bolsillo que hoy es parte de nuestra cotidianeidad.
Sólo cuatro invitados internacionales recibimos esta vez, ninguno latinoamericano. Para los comiqueros superheroicos, Trina Robbins y Simon Bisley. La estadounidense firmó autógrafos, dictó un taller y brindó una concurrida charla sobre su experiencia haciendo historietas de Wonder Woman. El inglés, por su parte, tiene sus propios fans que no le perdieron rastro y se llevaron sus dibujos de Lobo autografiados. Del mismo modo que el francés Jean Yves Ferri, quien hoy por hoy es el encargado de dar vida con sus guiones nada menos que a Ásterix el galo.
El que sin duda jugó de local fue Yoichi Takahashi, el mangaka japonés creador de Capitán Tsubasa (Oliver Atom, para los que vimos el animé en los noventa), quien colmó la sala en cada jornada y generó largas filas para obtener su autógrafo.
¿Qué más? Hay una actividad que se ha constituido como infaltable dentro del evento, y que se fue consolidando como otro momento de gran comunión entre el público y los artistas argentinos. Hablo, por supuesto, del combate de dibujantes. Certamen que en cualquier momento se desprende por sí sólo en el Luna Park, dada la pasión que despierta. Esta vez el ganador absoluto fue Salvador Sanz, quien disputó la final contra Pablo Lobato.
Además estuvo el cosplay, claro. Que a mí personalmente no me copa ni un poco pero es indudablemente otra de las actividades populares entre el público y que siempre pone la nota pintoresca para los medios. Un movilero de TV siempre optará por hacerle una nota a algún grandulón disfrazado o mina semidesnuda antes que a un autor cuya obra haya que tomarse el trabajo de conocer mínimamente. Total “el mundo del cómic” es eso, gente jugando a ser un Stormtrooper.
¿Y las historietas? ¿Y los fanzines? Bien, gracias. En el galpón principal, una gran cantidad de stands de editoriales y comiquerías ofrecieron muchísimo material y bien variado, más allá de las toneladas de merchandising. Yo mismo conseguí un par de libros interesantes y a buen precio que quizás no hubiera encontrado en los lugares donde compro historietas regularmente. Y muchas editoriales aprovecharon para entregar a sus lectores ejemplares pre-vendidos de sus nuevos lanzamientos, los cuales eran presentados aquí a un sector más amplio que el público cautivo que los sigue atento el resto del año. 
Mientras recorría los pasillos llenos de gente que iba y venía, no pude evitar preguntarme por Santiago Maldonado.Y casi instantáneamente sus ojos me miraron desde un afiche pegado en un stand. Entonces pensé también en Oesterheld.
Un rumor que había circulado entre la patria fanzinera era que lo de “Tierra de fanzines” sería literal: al aire libre y sobre tierra. Ante el pronóstico meteorológico adverso (que el domingo se cumplió), fue grande el alivio cuando se dispusieron para ellos unas largas mesas bajo techo cerca del sector de los cosplayers, junto al auditorio de charlas. Con lo cual esta vuelta estuvieron menos aislados del resto del evento y no quedaron a merced de las ráfagas de viento.

3. Ecos y rimas.

En conclusión, salió todo bárbaro. Ahora bien, hay una idea que ronda mi cabeza y que intentaré articular y bajar a tierra lo mejor posible. Bienvenida la ayuda para el análisis en la sección de los comentarios. Es algo que puede parecer baladí, pero que para mí es central e implica bocha de cosas.
El festival cambió de lugar, pero mantuvo el nombre. Obvio que entiendo el por qué, y no vengo a tirar para atrás, porque yo mismo celebro que se haya podido hacer. Pero es algo que no deja (ni va a dejar) de hacer ruido. Cuando empecé esta nota, más arriba, mencioné mi primera convención de historieta, que se llevó a cabo en La Rural hace casi veinte años (yo entonces tenía trece). Hablo de Fantabaires ´98, la tercera de cuatro o cinco ediciones, no recuerdo cuántas exactamente. Tampoco guardo recuerdos nítidos de aquella primera excursión. Sé que yo estaba a full con los cómic books argentos y que me compré una hermosa remera negra con un Joker pintado a mano.
Siempre habrá quien invoque esa idea de que la Argentina es “cíclica”, y que el hecho de que este evento haya recalado en el predio de Palermo no es más que otro ejemplo de la misma. Yo digo que no. Que el hermoso festival al que asistimos el fin de semana pasado ya no es Comicópolis, pero tampoco es Fantabaires. Y que el futuro, como siempre, está en disputa.
Comicópolis está desde el principio fuertemente ligado a su festival hermano, el Viñetas Sueltas, evento impulsado por la asociación civil que lleva el mismo nombre y que desde 2008 se dedica a emprender diversas iniciativas que fomenten la historieta culturalmente. Cuando al Estado se interesa por fomentar la cultura y hacerla inclusiva, abre los espacios y, por consiguiente, los caminos. En el caso de Comicópolis se juntaron las voluntades. El festival de historieta nació en Tecnópolis, era abierto a todo público, y seguramente tenía algún pormenor que mejorar y lo fuera haciendo con cada edición. Pero sin duda permitió un encuentro verdadero entre la comunidad historietera y un público más vasto, diferente. El acento estaba puesto precisamente en una promoción cultural inclusiva, no tanto en el consumo (si bien obviamente también funcionaba como vidriera promotora de un incipiente mercado). En acercar la historieta a todas las personas que fuera posible. Imaginate que sos pibe y un sábado a la tarde vas con tus viejos o tus amigos a pasear al parque y cuando entrás se te llenan los ojos con los originales del Batman de Breyfogle, o los laburos de Spiegelman. Quizás nunca antes viste cómo se hace una historieta y de golpe pasás por una mesa y ves a Alcatena, a Capristo, a Olivetti o Gustavo Sala haciendo magia sobre una hoja en blanco con apenas un fibrón negro. O pudiste escuchar una charla interesante o ser hinchada de un combate de dibujantes. Quizás antes de entrar a Comicópolis no sabías que te encantaban las historietas, y por suerte esa tarde pudiste ver todas esas cosas y descubrirlo, a pesar de no haberte podido comprar ninguna. Pero no tuviste que pagar una entrada para acceder a eso. Esa era el alma de Comicópolis. La misión para los que vivimos esa experiencia, es seguir bancando y disfrutando el festival, más allá de dónde se haga o del nombre que lleve. Sin olvidar ese alma y a los que por esta vez (esperemos) se tuvieron que quedar afuera. ¿Cómo? Leyendo y recomendando, regalando historieta. Difundiendo, agitando. Cuidando que la lógica comercial no desplace la lectura  por la juguetería de Hollywood y Netflix (porque disfrazarse es divertido, pero en el comienzo el cómic era algo que se leía).


4. De aquí en más (¿de aquí a cien años?).

La agenda comiquera continúa ahora con la 8va edición de Crack Bang Boom, la convención de historieta de la ciudad de Rosario, que se llevará a cabo del 12 al 15 del mes próximo, con Frank Miller y Quino encabezando la lista de invitados. Yo no tuve la suerte de asistir a ninguna de sus ediciones y aún no sé si esta vuelta podrá ser. Pero todo indica que nuevamente será una fiesta.
El propósito de esta nota fue pensar un poco el sentido de estos eventos y cómo nos relacionamos con ellos como público. Desde luego, lo importante es que los haya. Queda más que claro el esfuerzo que los organizadores de Comicópolis han hecho después del frustrado 2016 para que estas nuevas jornadas hayan tenido lugar, y sin duda tenemos suerte de que ese grupo de personas pusieran todo de sí para que saliera tan bien. Pero los festivales y las comic-con no son todos iguales. ¿Cómo reaccionamos o nos adaptamos a las lógicas que cada uno tiene? ¿Qué discursos o ideas sobre la historieta se dibujan (valga el término) si el evento tiene un sesgo más cultural o más comercial? ¿Pasamos a ser la mercancía a veces sin darnos cuenta? Y lo más importante, ¿por qué permitimos que un día simplemente nos quiten nuestro derecho a la cultura? ¿Habrá que esperar la cancelación de la deuda externa de aquí a cien años para que un Estado nacional vuelva a interesarse en la historieta y la difunda de manera inclusiva?

No hay comentarios.: