sábado, 10 de diciembre de 2016

Asadito de fin de año (1ra. parte).

Es cierto, hace más de un mes que este blog permanece inactivo. No han sido pocos los que periódicamente se daban una vuelta por acá para ver qué onda. Nada mal para un proyecto tan joven. Así que para calmar las ansiedades y ponerle un broche de oro al año, me enorgullece traerles un informe que seguramente no pasará desapercibido. Hoy quiero rescatar un libro al que no voy a dudar en ponderar como imprescindible dentro de la Historieta Argentina de los últimos años. Y que además viene a cuento porque hoy, a casi 15 años de los sucesos que narra, nos viene bien para ejercitar un poco la memoria. Algo fundamental para reflexionar hacia dónde queremos ir y pensar por qué las piedras con las que tropezamos se parecen tanto. Esto, me atajo y aclaro, sin ánimo de vaticinar estallidos sociales de fin de año (deporte nacional desde aquellos días para acá). Sin más preámbulos, en el primer aniversario de la Revolución de la Alegría, hoy tiramos a la parrilla la primera parte de esta gran nota. ¡Buen provecho Míster!


1. Turbulento fin de siglo.

Hacia fines de la década del noventa, la historieta argentina estaba igual de viva que hoy. Historietistas no faltaban, y se habían ampliado los gustos de los lectores (era época de fácil acceso a material importado de todo el mundo: Estados Unidos, Japón, Europa). Lo que languidecía era el mercado. Si por entonces toda industria nacional estaba en crisis, ¿por qué la de la historieta sería la excepción? Casi no quedaban editoriales o medios gráficos donde publicar historieta. Hoy tenemos los soportes digitales que en aquél tiempo aún no estaban desarrollados y el acceso a internet no era ni remotamente masivo. Entonces, para dar a conocer su trabajo, los historietistas jóvenes que querían dar sus primeros pasos no sólo tenían que dedicarse a los guiones y el dibujo. También tenían que diseñar, fotocopiar o imprimir, encuadernar y abrochar sus propias revistas. Salir a venderlas y distribuirlas en todo evento o feria en la que pudieran montar su mesita y ofrecerlas al público, mano a mano. Un camino bastante arduo, el cuál explica por qué en aquél momento tantos dibujantes se volcaron al diseño gráfico y la ilustración, áreas con mayor salida laboral que la del historietista.
A diferencia de la movida underground norteamericana, que en principio nace como alternativa a un sistema para diferenciarse del mismo estéticamente (aunque no tarde en aparecer cierta continuidad y tradición), la historieta independiente argentina surge como vehículo de supervivencia. Para poder seguir haciendo historieta, no quedaba otra que publicarla uno mismo. Aunque, obvio, los pibes no tardaron en juntarse porque entre varios siempre es más fácil.
Una experiencia señera en cuanto a edición de historieta autogestiva y de calidad, tuvo epicentro en la zona Oeste del conurbano bonaerense, más precisamente en el territorio de Morón. Hablamos por supuesto de La Productora.

2. En el Oeste está el agite.

El grupo llegó a ser amplio, entre guionistas y dibujantes que alternaban roles y se combinaban en diferentes tándems. Su núcleo eran (y son aún hoy) Cristian Mallea, Jok, Carlos Aón, Ángel Mosquito y Gervasio. Y de sus filas fueron parte Dante Ginevra, Diego Agrimbau, José Mazzone, Luis Guaragna y Federico Reggiani. Todos ellos habían tenido alguna experiencia previa editando sus propios fanzines o habían sido parte de la Asociación de Historietistas Independientes (A.H.I.), que se disolvería más tarde pero que había impulsado varios eventos que sirvieron como punto de encuentro de autores entre sí, y de los mismos con un público ávido de lecturas nuevas.
Portada de la edición argentina
La Productora apostó por un formato que implicaba un pasito más adelante con respecto al fanzine. Sus revistas en blanco y negro tamaño A5 tenían tapas a color con un diseño que las identificaba claramente más allá de la variedad de sus títulos. También el diseño interior era muy cuidado, incluyendo siempre un prologuito. Tenían una o dos modestas páginas de publicidad y se distribuían en kioscos de Capital y Gran Buenos Aires, extendiendo su llegada mediante una red de contactos en Córdoba, San Luis, Tucumán, Rosario, La Plata, San Nicolás y Montevideo. De todos estos aspectos se ocupaban los propios autores, además de la creación y producción de las historietas en sí, que a su vez eran producto de un rigurosos método colectivo que habían elaborado y al que llamaban sencillamente “el taller”. Al respecto, cuenta Cristian Mallea: “El momento de tallerear era cuando exponíamos nuestras ideas a la visión, la colaboración e incluso la decisión del otro. Aportábamos fundamentos, soluciones e incluso nos decíamos que no. Nos editábamos mutuamente, pero desde el momento del plot, del argumento, ni siquiera desde el guión técnico. Pasábamos todas las etapas. El compañero venía, planteaba una historia y decíamos bueno, esto va para adelante, dale con el técnico. Y a partir de ese guión técnico, también tallereábamos las páginas hasta el momento del rotulado. Y ese fue, creo yo, el éxito de La Productora como grupo editorial.”
El proyecto iba encaminadísimo, sostenido a pulmón y habiendo encontrado un método virtuoso. La respuesta del público era favorable. Pero al igual que para el resto de los argentinos, a medida que el año 2001 avanzaba el camino comenzó a ponerse más cuesta arriba.
Los días 19 y 20 de Diciembre, la Argentina terminó de desmoronarse. El estallido social hizo que el gobierno de la nefasta Alianza encabezada por Fernando De la Rúa abandonara el poder, no sin antes desplegar una feroz represión que dejó al menos 30 muertos en todo el país.
Para los integrantes de La Productora, el horizonte era tan difuso como para los demás compatriotas: ¿cómo se sigue a partir de semejante quiebre? La respuesta, naturalmente, tuvo forma de historieta y se llamó Carne Argentina.

3. Parrillada completa (no se aceptan patacones)...

"Los inadaptados de siempre", de Mallea/Aón.
Los guiones y los dibujos corrieron por cuenta de Jok, Mosquito, Mallea, Aón, Ginevra, Agrimbau, Gervasio, Reggiani y Guaragna. Los personajes que protagonizan las siete historietas de Carne Argentina, no se conocen entre sí, ni se cruzan en momento alguno. Simplemente transitan el mismo cambalache desde diferentes realidades, entre el humor, el drama y el grotesco. Hay vecinos que se atrincheran ante la posibilidad de que los vengan a saquear desde otro barrio cercano; hay un ingeniero que, jaqueado por el corralito, se ve obligado a recurrir a su vecino del country (el futbolista del momento) para proponerle una tramoya cambiaria y hacerse de unos dólares; hay un gerente de banco que es secuestrado por una familia en las inmediaciones de un cajero automático que no entrega plata; el Racing campeón de Mostaza Merlo; los sueldos atrasados en patacones o pagados con cheque; y por supuesto, las infaltables cacerolas y la represión en Plaza de Mayo. Todo eso está ahí, en ese pequeño volumen de tapa naranja, y la gran virtud que tiene no sólo es cohesionar esas historias tan diferentes entre sí desde lo argumental y desde lo estético. El mérito está en haberlo hecho con un nivel de calidad tan alto en cada aspecto (la composición de las páginas, los diálogos, la fluidez narrativa, el diseño de los personajes), todo producto de ese meticuloso “tallereo”. Pero hay algo más que a mi entender hace de este un libro fundamental de la historieta nacional. Y es que funciona como instantánea que condensa tres momentos en uno: el del país, el de la Historieta y el de sus autores. Con respecto a esto último, sin duda se trata de esos álgidos momentos en los que las individualidades se combinan a punto caramelo y estallan en el todo. Como una banda de rock en su apogeo o un equipo deportivo que cosecha varios títulos al hilo. En Carne Argentina todos demuestran estar en plena forma. Y apenas calentando, porque prácticamente todos los integrantes de La Productora que participaron de ese libro no pararon de evolucionar desde entonces, y siguieron dando grandes obras. Muchas, incluso, celebradas en el exterior y aún inéditas en Argentina.
"Uno de los pibes", de Agrimbau/Ginevra.
Naturalmente, como podrá figurarse cualquiera que recuerde mínimamente aquellos tiempos, no fue nada fácil que Carne Argentina viera la luz. Pero finalmente (felizmente) no sólo fue publicado aquí en origen. Hubo también una edición española, una francesa, una brasilera y hasta norteamericana.


Hasta acá la primera parte de la historia. En la próxima entrega, los autores cuentan con lujo de detalles cómo concibieron esa gran obra colectiva, cuánto les costó poder publicarla aquí en Argentina, qué fue de La Productora luego aquella experiencia y dan también su visión del pasado, presente y futuro posible del país. Nos vemos ahí, ¡Al Rescate, che!

No hay comentarios.: