martes, 1 de enero de 2019

Lo que ha sido y lo que será

Hola a tod@s, ¡felíz año nuevo! Es cierto, estuve flojo en 2018. Publiqué apenas tres entradas, a pesar de haber intentado algunas más que no prosperaron por diversos motivos. Pero no he venido a inaugurar el 2019 con excusas viejas (ni ustedes a soportarlas). En todo caso, puedo contarles que aunque no lo reflejara aquí, afortunadamente pude leer mucha historieta en el transcurso del año que se fue. Y bien variada, como es el espíritu de Al Rescate. Muchas de ellas objeto de esas notas que finalmente no pudieron ser. Entonces me parece oportuno contarles un poco sobre eso, sobre los cómics a bordo de los cuales anduve a lo largo de 2018 (no todos editados durante el mismo, aclaro).  Empiezo por la producción local, y sigo con historietas de otras latitudes (pero de edición nacional). Y desde ya lo recomiendo todo, aunque cada obra tiene sus puntos fuertes y también alguno flojo. Recuerden que este recorrido no será exhaustivo, tenemos todo un año por delante para hacer reseñas más al detalle. En fin, basta de cháchara.

En 2018 se publicó en libro la obra ganadora de la primera edición del concurso NHA (del colectivo Nueva Historieta Argentina). Hablo de El Desierto de Nemo. Los autores son Fernando Maiarú  y Estanislao Marugo, ambos jóvenes oriundos de Tandil, y que alternaron entre sí guión y dibujos. La historia que nos cuentan es la de un pibe de 14 años que sale en busca de su madre, teniendo que atravesar un mundo devastado por una guerra. Lo acompaña una anciana en silla de ruedas que vivía con él en un refugio antibombas y se topa con una extraña comunidad de hombres – pájaro con los que llega a entenderse a pesar de hablar otro lenguaje. La obra se sostiene desde lo gráfico, porque el argumento deja muchísimas preguntas sin respuesta (algunas planteadas desde la propia contratapa, otras tantas surgen con la lectura). Habrá que ver si los autores retoman la historia y tienen más para contar. En todo caso, es un buen debut y yo al menos estaré atento a futuras historietas suyas.

Sigo con El Arca de Lucas Leppe, de Nicolás Gath (guión) y Juan Pablo Massa (dibujos), editado por Capitán Ediciones. Un comic- book auto conclusivo  y súper ameno, que cuenta la historia de Lucas, joven dedicado al comercio de objetos coleccionables exóticos relacionados con la cultura pop desde su local en Villa Urquiza. La misión de Leppe en esta entrega (¿habrá más, próximamente?) es recuperar una copia VHS extraviada en el pasado, para lo cual debe viajar a 1992. Acá el valor está en cómo Gath arma una trama original a partir de algo remanido como el viaje al pasado y el peligro de alterar la continuidad de los acontecimientos. Y en el equilibrio que logra al evocar la década del noventa, con nostalgia pero también con dosis de crítica. Si fuiste pibe en aquellos años (como yo), este cómic te hará pasar un buen rato. Mérito del dibujante también, por supuesto.

También leí Pipo y Bartolo: ¡Al Rescate! No, no es que los autores (Guido Barsi en guión y Darío Reyes en dibujo) me hayan homenajeado. Es que los protagonistas de esta historieta para chicos también deben viajar en el tiempo, como Lucas Leppe. Sólo que aquí se trata de ir al futuro. Reclutado por Pipo, un perro que puede hablar con él, Bartolo tiene la misión de impedir que la empresa de tecnología Imaginacorp les robe a las personas la capacidad de pensar e imaginar. Una aventura circular  llena de acción y gags, con un planteo interesante para los chicos. Muy buenos dibujos y bella edición. Me faltó leer el libro “hermanito” de Pi Ediciones, que tengo aquí a mano y será de los primeros para este año. Hablo de Detective Ramos, a cargo de los mismos autores.

Ahora bien, para hablar de ¿Quién mató a Rexton? voy a obligarme a ser lo más sintético posible, porque esta historieta merece una reseña aparte. Y a recordar que esta es una lista de lecturas personal, no el clásico “los mejores del año” que acostumbran los suplementos culturales de los diarios. Pero sí, este es otro de esos imprescindibles, por varias razones. Diego Agrimbau escribió un gran policial y para contarlo se armó de una tropa de dibujantes de alto nivel como Patricio Delpeche, Gabriel Ippóliti, Fernando Baldó, Dante Ginevra, Leonardo Pietro y Gato Fernández (varios de ellos, asiduos colaboradores suyos). Pero la propuesta no es simplemente resolver la intriga que titula el libro. Acá el juego es entre realidad y ficción. Rexton es guionista de historietas y para esclarecer su muerte cada uno de sus colaboradores dará su testimonio dibujado, con lo cual los artistas nombrados más arriba se pondrán el disfraz (en algunos casos mejor logrado que otros) de sus dobles de ficción. Algo distinto, a priori, a lo que ocurre en otras antologías donde confluyen muchos dibujantes. Acá el argumento único exige a la parte gráfica diversidad y homogeneidad al mismo tiempo. Si te gustan los cómics sobre cómics, te recomiendo mucho este libro (bien diferente al anterior experimento de Agrimbau, Diagnósticos).

Y ya que estamos con Agrimbau, incluyo en mi lista el segundo volumen de la revista Distopía, publicada por editorial Pictus. Sobre la cual diré que esperé esta segunda entrega con gran ansiedad, puesto que el tema principal, ese concepto que no sólo titula la publicación sino que es el claro hilo que una las cuatro historietas que la componen, es una de mis obsesiones de un tiempo a esta parte. Cuatro series, entonces: Nomobots (por Agrimbau y Juan Manuel Tumburús); Repuestos (por Rodolfo Santullo y Damián Couceiro); Hormiga Eléctrica (por Luciano Saracino y Nicolás Brondo); y Horizonte Rojo (por Guillermo Höhn y Roberto Viacava).
Sobre los pormenores de cada historia no ahondaré ahora. Me propongo escribir al respecto en este blog próximamente. Son cuatro historietas que vale la pena seguir, y que atrapan cada una a su manera. Geniales equipos creativos. Lástima la periodicidad (anual). Y ése es uno de los dos puntos centrales que Distopía nos da para debatir. ¿Es una revista o es una saga de libros? Ya vieron que yo utilicé el primer término al comienzo, unas líneas más arriba. Acaso la duda surge por el hecho de no distribuirse en kioscos y porque Pictus es una editorial de libros (responsable por ejemplo de ese hitazo que es Escuela de Monstruos). Y además operaría como competencia/complemento de una Fierro que viene atravesando su propio laberinto (trimestral) desde que comenzó la Argentina M, en 2015.
El otro punto de debate que ofrece Distopía es precisamente su nombre, como género en el cual se identifica decididamente (“cuatro futuros no deseados”, propone la contratapa del volumen1). Porque el futuro llegó hace rato, lo sabemos todos. Y listo, no digo más por ahora, ya volveremos al respecto. Mientras tanto recomiendo ambas entregas.

Y hablando de Fierro… también merece nota aparte. En lo que va de su “año dos, tercera etapa”, destaco las portadas de Scalerandi y Souto, grandes relecturas de los clásicos de la pintura argentina. Después están esas extrañas portadillas que abren y cierran las series, algunas saliendo a explicar lo que se acaba de leer. Y con cada vez más espacio cedido a cosas que no son exactamente historieta, o a autores de otras ramas o disciplinas queriendo jugar a la historieta porque les (calculo) dará algún tipo de chapa cool (mientras muchísimos dedicados historietistas de oficio no cuentan con ese espacio de laburo, y transitan la (Ma)crisis a fuerza de autogestión). También se echó definitivamente a la sutileza, para dar mayor lugar al panfletito. Y uno se pregunta a qué público se busca llegar. Cómo se sostiene una idea de periodicidad trimestral en un país que cambia a velocidad cada día más vertiginosa. De nuevo, no sé para quién es esa revista. Para quien se pueda dar el lujo de quemar cien o ciento cincuenta pesos en financiar vanguardistas. Una lástima para los que nos sentimos acompañados por Fierro mes a mes durante los diez años y piquito que duró la segunda etapa. Yo ya escribí al respecto en su momento (ver archivo). Siempre ponderé su diversidad como rasgo característico, mientras fue una revista de historietas, claro. Me toca quedarme afuera en esta etapa, parece.


Por el lado de lo internacional fue que leí mucha historieta en serie. Menos cosas auto conclusivas. Disfruté mucho con Erased, el manga de Kei Sanbe publicado en nuestro país por Ivrea. La manera en que se nos presenta a Satoru Fujinuma en el primero de los nueve tomos dista mucho todo lo que el personaje evoluciona con el correr de las páginas. No es un comienzo muy auspicioso y hasta diría que nuestro protagonista no parece el mismo. Al principio es un malhumorado aspirante a mangaka (historietista) de 29 años, que trabaja como repartidor de pizzas. A Satoru le ocurren extraños “revivals”, pequeños flashes cotidianos en los cuales entra en breves bucles del tiempo hasta que logra encontrar esa cosa “fuera de lugar” sobre la cual intervenir y destrabar el bucle. Suelen ser situaciones en las cuales debe ayudar a alguien. Si por él fuera, ni se metería, pero es precisamente esa condición la que no le permite seguir de largo. Hasta que una noche llega a su casa y encuentra a su madre asesinada. Satoru persigue al asesino (quien ha logrado incriminarlo premeditadamente) y por poco logra atraparlo, pero esta vez lo toma por sorpresa un “revival” mayor de lo habitual, uno que lo lleva hasta su temprana niñez en 1988. ¿Por qué tan lejos en el tiempo? ¿Cuánto tiene que ver lo que le hicieron a su madre con la serie de secuestros y asesinatos de niños que azotó a su pueblo en aquélla época? ¿Cómo hará para aprovechar este viaje en el tiempo y evitar tanto los secuestros como el asesinato de su madre? Más allá de toda la intriga, el suspenso y la adrenalina que tiene Erased, estamos ante una gran historia sobre la importancia de involucrarse con los demás, los vínculos familiares y la amistad, y sobre todo acerca de la voluntad humana. Hay además enormes personajes secundarios y secuencias oníricas muy bien puestas.

A la par de estas lecturas, luego de un largo tiempo me reencontré con Batman, a quien no leía hace varios años ya. Pero cuando supe del lanzamiento de las ediciones locales de DC, naturalmente me volqué hacia los títulos del murciélago. La serie que lleva su nombre me aburrió de forma casi instantánea, luego de tres números. Algo similar me pasó con el especial All Star Batman. Siempre me rompió las pelotas ese sistema yanqui de mechar en una misma publicación diferentes números de series paralelas para que después uno se tenga que andar comprando todos los títulos y así armar el rompecabezas. Pero en el caso de Batman Detective Cómics (al menos hasta ahora) no ocurrió. Aquí el guionista James Tynion IV nos narra cómo el encapotado reúne un equipo de vigilantes que lo ayuden a custodiar Ciudad Gótica de una amenaza en ciernes, en la cual está involucrado el Coronel Kane, militar que además es tío de Bruce Wayne y padre de Batwoman. Ella integra el equipo junto a Clayface, Red Robin, Spoiler y la Huérfana. Las primeras entregas me resultaron adrenalina pura, como no sentía desde que era muy pibe y leía al Batman de Grant y Breyfogle, por ejemplo. Lo que me resultó terrible fue comprobar cómo influyó para siempre en los norteamericanos el 11S, algo que está ahí atravesándolo todo. Y esa cosa de que siempre hay una gran trama oculta tras la gran trama y nunca se termina de pelar la cebolla. Por ahora le seguiré dando chance, si es que la economía se lo permite a la filial argentina de ECC. La última entrega llegó con un delay importante, que comenzó con las corridas cambiarias sufridas en 2018 y obligó a la subsidiaria a modificar su plan editorial.

Algo parecido, estimo, debe haber afectado a la gente de Utopía Editorial. Cuando en 2014 comenzaron a publicar en coedición con Deux Studio la edición argentina de la multipremiada serie Saga, de Brian K. Vaughan (guión) y Fiona Staples (dibujo) y publicada en Estados Unidos por Image Cómics, la periodicidad promedio era de dos tomos por año. En 2016 y 2017, fue sólo de un tomo por vez. El año pasado, cuando yo la empecé, no salió ninguno. Vamos a ponerles fichas, y esperar el tomo siete con paciencia y ansiedad al mismo tiempo. Porque Saga es la gloria, y su edición local muy cuidada por cierto. ¿De qué va? Mientras sus dos planetas insisten en una guerra permanente desde hace añares, Alana y Marko se rebelan y deciden amarse a pesar de todo y de todos. Fugitivos por el espacio huyen con la pequeña Hazel, el fruto de su amor prohibido y narradora de esta historia desde algún futuro que parece improbable. Y mientras escapan de asesinos a sueldo se desencuentran, se vuelven a encontrar, matan criaturas fantásticas, asisten a muertes heroicas y también patéticas, etcétera. Saga es un bólido de acción dibujado como la San Puta por Fiona Staples, al tiempo que Vaughan va hilando todo con hermosas reflexiones sobre la pareja, los hijos, las drogas, el trabajo, lo absurdo de la guerra y lo perverso del sistema, pero sobre todo acerca de cómo elegimos seguir el juego o no y sobre el peso de nuestras decisiones. Lo repito, Saga es la gloria.


En fin. Éstas han sido, a grandes rasgos, mis lecturas de 2018. Para el año que comienza tengo pautadas lindas notas. Algo ya adelanté hoy, el resto se irá develando. Por lo pronto, gracias a quienes me leen y tiran buena onda. Yo les deseo lo mejor para 2019 y sobre todo que podamos leer muchas historietas. ¡Salud!

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