1. Que es un soplo la vida…
Sepan disculpar el lugar común, la frase remanida: ¡qué lo
parió, cómo pasa el tiempo! Hace apenas un año atrás, la sospecha de que no
habría Comicópolis 2016 se convertía en amarga certeza. Y los meses que
siguieron fueron de gran incertidumbre, hasta que apareció por redes sociales
un anuncio oficial: había fecha para el regreso. Y resulta que ahora mismo,
luego de tanta expectativa, estoy sentado esbozando un balance de lo que
finalmente fue Comicópolis 2017, desde cuyo cierre han transcurrido ya siete
días que también pasaron volando. Como el dato sobresaliente de esta edición es
sin duda el cambio de sede (del original y gratuito Tecnópolis al restringido
predio de La Rural ),
vuelvo a remontarme al pasado. En ese mismo lugar, hace ya diecinueve años,
asistí a mi primera convención de historieta… Repito: ¡qué lo parió, cómo pasa
el tiempo! Y sin duda ha corrido mucha agua bajo el puente desde entonces,
basta con repasar algunas de las notas escritas en este blog. Pero este retorno
a Palermo sin duda nos invita a acompañar la crónica del evento con alguna
reflexión…
2. Comicópolis 2017.
Estuvo todo muy lindo, de eso no hay dudas. Todas las
muestras fueron interesantes. Destaco en particular la de las máquinas de Quino
sobre todo por original, por rescatar una parte de su obra con la que los
asistentes más jóvenes (un alto porcentaje del total) no estarán familiarizados,
especialmente desde que el prócer dejara de publicar en medios gráficos
nacionales hace ya unos años. Y además desde un costado creativo, corporizando
las máquinas, sacándolas afuera de la viñeta, y dialogando reflexivamente (y
con humor, por supuesto) con la tecnología omnipresente y de bolsillo que hoy es
parte de nuestra cotidianeidad.
Sólo cuatro invitados internacionales recibimos esta vez,
ninguno latinoamericano. Para los comiqueros superheroicos, Trina Robbins y
Simon Bisley. La estadounidense firmó autógrafos, dictó un taller y brindó una
concurrida charla sobre su experiencia haciendo historietas de Wonder Woman. El
inglés, por su parte, tiene sus propios fans que no le perdieron rastro y se
llevaron sus dibujos de Lobo autografiados. Del mismo modo que el francés Jean
Yves Ferri, quien hoy por hoy es el encargado de dar vida con sus guiones nada
menos que a Ásterix el galo.
El que sin duda jugó de local fue Yoichi Takahashi, el
mangaka japonés creador de Capitán Tsubasa (Oliver Atom, para los que vimos el
animé en los noventa), quien colmó la sala en cada jornada y generó largas
filas para obtener su autógrafo.
¿Qué más? Hay una actividad que se ha constituido como
infaltable dentro del evento, y que se fue consolidando como otro momento de
gran comunión entre el público y los artistas argentinos. Hablo, por supuesto,
del combate de dibujantes. Certamen que en cualquier momento se desprende por
sí sólo en el Luna Park, dada la pasión que despierta. Esta vez el ganador
absoluto fue Salvador Sanz, quien disputó la final contra Pablo Lobato.
Además estuvo el cosplay, claro. Que a mí personalmente no
me copa ni un poco pero es indudablemente otra de las actividades populares
entre el público y que siempre pone la nota pintoresca para los medios. Un
movilero de TV siempre optará por hacerle una nota a algún grandulón disfrazado
o mina semidesnuda antes que a un autor cuya obra haya que tomarse el trabajo
de conocer mínimamente. Total “el mundo del cómic” es eso, gente jugando a ser
un Stormtrooper.
¿Y las historietas? ¿Y los fanzines? Bien, gracias. En el
galpón principal, una gran cantidad de stands de editoriales y comiquerías
ofrecieron muchísimo material y bien variado, más allá de las toneladas de
merchandising. Yo mismo conseguí un par de libros interesantes y a buen precio
que quizás no hubiera encontrado en los lugares donde compro historietas
regularmente. Y muchas editoriales aprovecharon para entregar a sus lectores
ejemplares pre-vendidos de sus nuevos lanzamientos, los cuales eran presentados
aquí a un sector más amplio que el público cautivo que los sigue atento el
resto del año.
Mientras recorría los pasillos llenos de gente que iba y venía, no pude evitar preguntarme por Santiago Maldonado.Y casi instantáneamente sus ojos me miraron desde un afiche pegado en un stand. Entonces pensé también en Oesterheld.
Un rumor que había circulado entre la patria fanzinera era
que lo de “Tierra de fanzines” sería literal: al aire libre y sobre tierra.
Ante el pronóstico meteorológico adverso (que el domingo se cumplió), fue
grande el alivio cuando se dispusieron para ellos unas largas mesas bajo techo
cerca del sector de los cosplayers, junto al auditorio de charlas. Con lo cual
esta vuelta estuvieron menos aislados del resto del evento y no quedaron a
merced de las ráfagas de viento.
3. Ecos y rimas.
En conclusión, salió todo bárbaro. Ahora bien, hay una idea
que ronda mi cabeza y que intentaré articular y bajar a tierra lo mejor
posible. Bienvenida la ayuda para el análisis en la sección de los comentarios.
Es algo que puede parecer baladí, pero que para mí es central e implica bocha
de cosas.
El festival cambió de lugar, pero mantuvo el nombre. Obvio
que entiendo el por qué, y no vengo a tirar para atrás, porque yo mismo celebro
que se haya podido hacer. Pero es algo que no deja (ni va a dejar) de hacer
ruido. Cuando empecé esta nota, más arriba, mencioné mi primera convención de
historieta, que se llevó a cabo en La
Rural hace casi veinte años (yo entonces tenía trece). Hablo
de Fantabaires ´98, la tercera de cuatro o cinco ediciones, no recuerdo cuántas
exactamente. Tampoco guardo recuerdos nítidos de aquella primera excursión. Sé
que yo estaba a full con los cómic books argentos y que me compré una hermosa
remera negra con un Joker pintado a mano.
Siempre habrá quien invoque esa idea de que la Argentina es “cíclica”, y
que el hecho de que este evento haya recalado en el predio de Palermo no es más
que otro ejemplo de la misma. Yo digo que no. Que el hermoso festival al que
asistimos el fin de semana pasado ya no es Comicópolis, pero tampoco es
Fantabaires. Y que el futuro, como siempre, está en disputa.
Comicópolis está desde el principio fuertemente ligado a su
festival hermano, el Viñetas Sueltas, evento impulsado por la asociación civil
que lleva el mismo nombre y que desde 2008 se dedica a emprender diversas
iniciativas que fomenten la historieta culturalmente. Cuando al Estado se
interesa por fomentar la cultura y hacerla inclusiva, abre los espacios y, por
consiguiente, los caminos. En el caso de Comicópolis se juntaron las voluntades.
El festival de historieta nació en Tecnópolis, era abierto a todo público, y seguramente
tenía algún pormenor que mejorar y lo fuera haciendo con cada edición. Pero sin
duda permitió un encuentro verdadero entre la comunidad historietera y un público
más vasto, diferente. El acento estaba puesto precisamente en una promoción
cultural inclusiva, no tanto en el consumo (si bien obviamente también
funcionaba como vidriera promotora de un incipiente mercado). En acercar la
historieta a todas las personas que fuera posible. Imaginate que sos pibe y un
sábado a la tarde vas con tus viejos o tus amigos a pasear al parque y cuando
entrás se te llenan los ojos con los originales del Batman de Breyfogle, o los
laburos de Spiegelman. Quizás nunca antes viste cómo se hace una historieta y
de golpe pasás por una mesa y ves a Alcatena, a Capristo, a Olivetti o Gustavo
Sala haciendo magia sobre una hoja en blanco con apenas un fibrón negro. O pudiste
escuchar una charla interesante o ser hinchada de un combate de dibujantes.
Quizás antes de entrar a Comicópolis no sabías que te encantaban las
historietas, y por suerte esa tarde pudiste ver todas esas cosas y descubrirlo,
a pesar de no haberte podido comprar ninguna. Pero no tuviste que pagar una
entrada para acceder a eso. Esa era el alma de Comicópolis. La misión para los
que vivimos esa experiencia, es seguir bancando y disfrutando el festival, más
allá de dónde se haga o del nombre que lleve. Sin olvidar ese alma y a los que
por esta vez (esperemos) se tuvieron que quedar afuera. ¿Cómo? Leyendo y
recomendando, regalando historieta. Difundiendo, agitando. Cuidando que la lógica
comercial no desplace la lectura por la
juguetería de Hollywood y Netflix (porque disfrazarse es divertido, pero en el
comienzo el cómic era algo que se leía).
4. De aquí en más (¿de aquí a cien años?).
La agenda comiquera continúa ahora con la 8va edición de
Crack Bang Boom, la convención de historieta de la ciudad de Rosario, que se
llevará a cabo del 12 al 15 del mes próximo, con Frank Miller y Quino
encabezando la lista de invitados. Yo no tuve la suerte de asistir a ninguna de
sus ediciones y aún no sé si esta vuelta podrá ser. Pero todo indica que
nuevamente será una fiesta.
El propósito de esta nota fue pensar un poco el sentido de
estos eventos y cómo nos relacionamos con ellos como público. Desde luego, lo
importante es que los haya. Queda más que claro el esfuerzo que los
organizadores de Comicópolis han hecho después del frustrado 2016 para que estas
nuevas jornadas hayan tenido lugar, y sin duda tenemos suerte de que ese grupo
de personas pusieran todo de sí para que saliera tan bien. Pero los festivales
y las comic-con no son todos iguales. ¿Cómo reaccionamos o nos adaptamos a las
lógicas que cada uno tiene? ¿Qué discursos o ideas sobre la historieta se
dibujan (valga el término) si el evento tiene un sesgo más cultural o más
comercial? ¿Pasamos a ser la mercancía a veces sin darnos cuenta? Y lo más
importante, ¿por qué permitimos que un día simplemente nos quiten nuestro
derecho a la cultura? ¿Habrá que esperar la cancelación de la deuda externa de
aquí a cien años para que un Estado nacional vuelva a interesarse en la
historieta y la difunda de manera inclusiva?
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