1. Jorge Luis Borges
no pasó a la inmortalidad (como se estila decir) en el momento de su deceso físico, que fue allá en Ginebra, en el ´86. El tipo ya había decidido ser
inmortal mucho antes, imaginándose en múltiples confines de la tierra, en
épocas tan distantes como simultáneas. Y escribiéndolo todo. Borges logró esas
existencias fatigando los corredores de una inmensa biblioteca interior que
llevaba siempre consigo, cuyos libros versan a su vez acerca de otras vidas en
otros mundos, en los cuales otras tantas bibliotecas secretas aseguran la
prolongación de un laberinto profundo e infinito. Hechicero, gaucho, preso,
espía. Esas son algunas de las mil vidas que vivió a través de sus personajes. En
la década del cuarenta, además, fue nombrado Inspector Municipal de Aves y
Conejos, cargo que jamás pensó ocupar realmente. ¿Se habrá imaginado a sí mismo
alguna vez como personaje de cómic? Imposible saberlo. Por suerte, el
talentoso Lucas Nine supo aprovechar la anécdota y la convirtió en una (enorme) historieta. “Borges,
Inspector de aves” acaba de ser editada por Hotel de las Ideas. La excusa perfecta
para charlar con él. Acerca de (su) Borges, por supuesto. Pero también sobre las
formas de hacer y leer historietas a lo largo del tiempo y sobre la continuidad
de la revista Fierro (tema de nuestro anterior post). Un reportaje sin
desperdicio, una verdadera clase maestra en la cual vuelve a quedar demostrado
que leer y escribir (y dibujar, claro) suelen ser un mismo acto creativo. ¡No
se levante de su inodoro! Hoy en Al Rescate Comics, habla el señor Lucas Nine…
“La diferencia está en que el motor de “Té de Nuez” era gráfico y en
“Borges” es literario. “Té de Nuez” cobró forma
a partir de dibujos sueltos, de garabatos: primero vino el bebé y luego
(siguiendo el contraste entre chico y grande) salió el ama de leche. Ahí había
una historia, potencialmente. Luego jugué con el cambio de roles: el bebé sería
el adulto y la otra su muñeca; eso terminó dándole una perspectiva dramática al
mundo de la infancia. Pero en ese caso el motor eran las imágenes, el texto
siempre fue un complemento. En “Borges” es al revés: el disparador es la
palabra; los dibujos van atrás. No podía ser de otra manera, tratándose de
Borges. Pero, por supuesto, la relación entre la imagen y la palabra no es
pacífica. Un poco como ocurre con los payasos de circo, donde siempre hay uno
que da órdenes y otro que desobedece. En “Borges”, pongamos, la palabra vendría
a ser Moe y el dibujo, Curly (Larry está también presente, en el blanco entre
cuadrito y cuadrito). De alguna manera,
Borges es la antihistorieta: con esos textos tan pesados al pie de los cuadritos,
va en contra de todos los manuales. Pero ahí me parece que está la gracia del
asunto, porque mi Borges arrastra la literatura detrás suyo, él quisiera fluir
dentro de un buen relato visual pero se tropieza con las palabras, no puede
dejar de adjetivar el mundo que lo rodea. Al principio, el chiste era el equívoco
con el “Inspector de Aves”: lo vestimos como un inspector y lo ponemos en el
gallinero. Pero no tenía mucha idea de qué hacer con eso, hasta que se me
ocurrió la primera línea: “El gallinero que se levantaba en Juan B. Justo 621
era una lujosa construcción de madera y alambre”. Era un pastiche de Raymond
Chandler, el autor de policial negro, que casi siempre empezaba sus novelas
describiendo la fachada del lugar que visitaba su detective. Puede parecer una
boludez (de hecho lo es), pero me sirvió como llave para entrar a la
historieta. De ahí salió la idea de que Borges imaginara ser una especie de
Marlowe, que apareciera medio pintón y no como un personaje ridículo, que la
historia se tomara en serio a sí misma, que los dibujos fueran dramáticos.
Después el tono chandleriano se suavizó mucho, la manera de hablar del
personaje se acercó más a la idea que tenemos de Borges. Aunque nunca traté de
hacer deliberadamente que sonara como el escritor, y de hecho, metí términos
que él nunca hubiera usado. Me apropié de personaje y lo dejé hacer. Al final
el Borges real me terminó pareciendo una especie de imitador bastante soso. Lo
que si diferencia a “Borges” de “Té de Nuez” es que en gran parte la historia
fue escrita de antemano, ya pensando en un libro. La otra era episódica, más
propia de una revista.”
Los textos están
trabajadísimos. Uno no espera otra cosa si el protagonista no es otro que Jorge
Luis Borges. Pero trabajados no sólo desde lo poético o literario, en la
búsqueda de cada palabra. Se nota que el sentido del humor también está
afilado. Hay un humor pavote alternado con el humor intelectual y que aporta
muchísimo oxígeno a la narración. ¿Cómo lograste esa síntesis?
Hay un ritmo que te va
llevando, y después hay un desarmar de las frases y limar, condensar, etc. Hay
un escritor que no está mencionado en este libro donde deambulan tantos otros,
Leopoldo Marechal, que tiene mucho que ver con ese tono paródico (que uno
imagina fino y jodón), con el tomar los hechos banales de la realidad y aportarles
una dimensión mítica o telúrica; aparte de haber sido el primero en usar a
Borges como personaje cómico. También es un buen ejemplo de esta alternancia
entre lo pavote y lo serio que observabas. Pero en Marechal a veces se nota un
poco el riesgo que existe en convertir este juego en fórmula, en ablandar
conscientemente el texto metiendo cada x cantidad de líneas la palabra “culo”,
etc. Por eso no traté de forzarlo ni de pretender ser demasiado gracioso desde
el texto mismo. Después de todo se podían meter unas cuantas “reflexiones” sin
problemas, si en el cuadrito estaba Borges mirándote fijo. Esa es la ventaja de
la imagen, y no se aplica sólo a las historietas. Por ejemplo, Sábato puede ser
un plomazo como escritor, pero si su imagen acompaña a las palabras (como
ocurre en una entrevista), la diversión está garantizada.
No sólo fue buena
idea la de un Borges héroe, también fue un gran hallazgo lo de Girondo. ¡Un excelente
villano resultó ser! Más allá de que todo haya surgido de jugar con aquél cargo
municipal que (efectivamente) detentó Borges alguna vez, ¿cuál ha sido tu
relación con su obra, así como con la de Oliverio? Teniendo en cuenta tu
mención a ese Marechal tácito, ¿aprovechaste para dialogar con ellos o simplemente
usaste sus muñequitos para jugar?
Al meter a Oliverio, a
Norah (Lange), u otros personajes similares, corría el
riesgo de producir caricaturas de todos ellos y terminar en una parodia del
ambiente de los escritores de la época, en el estilo de la revista “Humor” (ese
es justamente el caso en la historieta breve en la que Borges se encuentra con
Bioy, pero esa veta podía explotarse en dos páginas). En el grueso del libro
opté por hacer aparecer a todos ellos desde la óptica del protagonista; y así
mi Oliverio cumple las funciones de antagonista de folletín y no pretende ser
una caricatura del Girondo real. En realidad, las pocas referencias que uso
para construirlo tampoco parten del escritor mismo sino de la percepción más
bien torcida que Borges tenía de él… habría que decir que incluso se trata aquí
de una caricatura de esa percepción. En función de eso, adjudiqué a todos
funciones típicas de este tipo de relatos melodramáticos y folletinescos. Y se
portaron muy bien, porque las máscaras son siempre necesarias para los exhibicionistas:
yo creo que Oliverio no estaría en desacuerdo con la noción de que la poesía en
papel es sólo una receta escrita para su ejecución en la vida cotidiana. Pero
ese descubrimiento le corresponde al personaje, yo sólo lo seguí a una
distancia prudente.
Los primeros
episodios tenían algo de color, hasta que en determinado momento el negro y el
blanco se vuelven protagonistas exclusivos. ¿En qué momento decidiste
mantenerlo así definitivamente? ¿Usás los colores desde lo narrativo o sólo
desde lo estético?
Puede ser que el color
tuviera que ver con cierto temor a que la página quedara muy vacía. Pero la
revista no lo reproducía bien y, por otro lado, esta era una historieta policial
en la que el segundo tono se veía como un intruso, así que lo reemplacé por
grises. El libro es blanco y negro de cabo a rabo y viendo el resultado
impreso, me parece que fue lo correcto: hubiese quedado demasiado pesado de
otra forma.
Hay momentos de gran
vuelo y experimentación gráfica (como la escena del salón de los espejos, pero
se percibe en toda la obra) en los que no es difícil evocar al Alberto Breccia
más plástico. ¿Es una referencia buscada?
Cuando uno inicia una
historieta, pone en marcha un mecanismo con ciertas leyes que a veces se van
descubriendo sobre la marcha. En este caso, el contraste entre el dibujo
dramático y el contexto humorístico funcionaba también como coartada para
entrar en un mundo visual al que mis guiones (que juegan siempre con lo cómico
o lo grotesco) no apuntan directamente. En resumen, para saquear sin disimulo
historietas como Sherlock Time o Mort Cinder, estudiarlas y aprender un poco. Como
los bárbaros invadiendo Roma; cuando los tipos, entre alaridos, reinterpretaban
a su manera las esculturas clásicas (todavía quedan huellas de estas reinterpretaciones
entre las ruinas). Así que Alberto Breccia es una influencia de primer orden.
No sólo en un sentido laxo y general: digamos que se nota el afán por emularlo,
cuando no el afano. Pero es parte de la gracia de esta historieta; para que el
contraste entre contexto y dibujo funcione, a veces hay que forzar la
caracterización. La idea es que esta historieta se tome en serio a sí misma.
Usted no se “ríe con”; se “ríe de” y todo eso…
Por supuesto, me
parecía un gran descubrimiento el chiste de dibujar una historieta cómica a lo Breccia, hasta que un día, mirando un
blog llamado “Top Comics”, me encontré con esta página del dibujante Carlos
Braxator (también conocido como Mannke).
Acá, Braxator hace
exactamente la misma gracia. Hay que consignar que esto ocurría en 1962, cuando
Mort Cinder seguía saliendo, de manera que este señor se me adelantó unos 55
años. ¿Está el pasado tan muerto como creemos? Otro dibujante al que
estudié mucho es Alex Toth.
Tu estilo pone el
acento más en el movimiento que en el detalle de las figuras. Lo que tienen de
impreciso o desdibujado (valga el juego de palabras) los rostros y objetos
convive con lo armónico de la composición de las páginas. Me gustaría saber
cómo es el laburo que hay detrás de eso en cuanto a proceso pero también a
materiales. ¿Cómo encarás un boceto? ¿Cuánto hay de lápiz y tinta y cuánto es
retoque digital? ¿Te quedan originales o son siempre ensambles tus páginas?
En las historietas me
acostumbré a trabajar sobre la base de la edición digital. Algunas pocas
páginas están dibujadas como un todo, pero incluso en esos casos hay tanta
modificación digital que no se las puede llamar “originales”. Todo está hecho
en papel, sólo me sirvo de la computadora para editar, como en el cine. De esa
manera uno puede meterse más en ese registro gestual que notabas, sin el riesgo
de arruinar una página. Pero este método tiene varios problemas: no hay
originales, uno puede dibujar tal o cual figura unas ochenta veces sin tener
una total noción de cómo va a quedar la cosa hasta que se la pone en página, se
pierde cierto rigor que es necesario para lo narrativo, etc. En el caso puntual
de Borges, logré cierta homogeneidad aplicando algunos plenos (formas que
tienden a lo regular y geométrico) directamente en la computadora. Esto
interconecta los dibujos, los organiza, y ayuda a definir tanto la narración
como el estilo general. Es una especie de tejido conectivo que une los
diferentes “órganos” de la historieta (imaginémosla como un ser viviente, que
se arrastra pesadamente hacia el lector) y que, aunque no carga con el peso de
ninguna información concreta, organiza el conjunto y lo mantiene unido. En
otros dibujantes esto puede verse más claramente. Pienso, por ejemplo, en esos espacios “collage” de Breccia, o en las
estrellitas o espirales que pone Hergé: son cosas importantísimas, aunque están
en segundo plano. A veces el dibujante cede o pierde un poco el control y el
“tejido interconectivo” cobra vida propia… estoy hablando de las famosas
“Gotitas de Olivera” o de las “Texturas Del Castillo”. Es un fenómeno muy
interesante, que debería ser más estudiado.
Lucas, así como
mencionás ciertos recursos o yeites en dibujantes como Olivera, Del Castillo o
el propio Breccia, ¿qué elementos de ese tipo encontrás en dibujantes de tu
generación? ¿Hay algún estilo o tendencia en el dibujo (para bien o no tanto)
al que recomendás prestar atención o que llame la tuya en los últimos (ponele)
veinte años?
En general no creo mucho en la
división por generaciones, pero sospecho que hay que ponerse un poco en guardia
contra lo que se podrían llamar las “últimas tendencias” (sean las que fueren)
porque tienen la particularidad de no ser perceptibles, o por lo menos no tan
evidentes como las “últimas tendencias del año pasado”. Pueden ser jodidas
porque están ahí sin que se noten tanto, como una especie de mandato de la
época, y uno puede estar copiando algo sin saberlo. O peor, sin saber por qué
lo está copiando, para qué sirve. Un ejemplo del que hablaba un tiempo atrás
era el de cierto modelo de dibujo inexpresivo, que emanaba de la obra de tipos
como Ware, Burns o Clowes. Podía tener cierto sentido en el contexto en el que
ellos lo utilizaban, pero se impuso de una manera en la que terminaba limitando
a los dibujantes, que a veces ni percibían que estaban encadenados a una
fórmula. Un poco como pasó en las últimas décadas del cine argentino: en los
ochenta todos puteaban a los gritos. Después se impuso el modelo del “hombre de
la máscara de hierro” y el minimalismo, y ya casi que se extraña a Julio de
Grazia.
Abriendo el espectro
un poco más allá de Fierro (pero incluyéndola, por supuesto), me gustaría
conocer tu mirada sobre la historieta argentina actual. ¿Ves que se estén
haciendo cosas interesantes? ¿Seguís algo o a alguien en particular? ¿Te parece
que hay actualmente entre nuestros dibujantes y guionistas algún tejido
conectivo?
Yo leo cosas de todo
tipo, pero me cuesta abrir un libro diciendo “ahora vamos a leer un poco de
historieta actual”. En todo caso, la leo como a la otra. Uno se podría
preguntar cuál es el momento en el que se hace una historieta, si cuando se la
dibuja o cuando se la lee. Suena a una de esas boludeces que se dicen para
hacerse el interesante, pero el hecho es que la misma cosa se puede leer de
maneras muy distintas. En algún momento se estilaba decir que el Tapiz de
Bayeux (del siglo 14 o 15) era un pariente de la historieta, cosa que a los
tapiceros de Bayeux seguramente los habría sorprendido mucho. En el caso de las
historietas (y otras formas de relato) yo miro mucho material del pasado, no
sólo porque me gusta como está hecho, sino porque está repleto de ideas. Es una
mirada interesada, digamos. Pero ahí tenemos una cantidad de vetas abiertas que
apenas fueron explotadas y que están esperando. Hace no mucho hablaba con un
dibujante que venía de la escuela Columba y coincidíamos en que era una
desgracia que cierto diálogo generacional (llamémoslo de esa manera) se hubiera
interrumpido, que los pibes que dibujan historietas supieran cual es la última
boludez de moda en internet y no quién era Casalla, todo este tipo de cosas. Se
me ocurrió luego que, si bien todo esto era cierto, algo similar ya había
ocurrido en el pasado: estos dibujantes venían de una historia que empezaba con
Canniff y Robbins, y esa era la manera oficial de dibujar historietas por
entonces. Había existido otra tradición previa, la de Rechain, Lanteri,
Soldati, Macaya, Rojas, Redondo y tantos otros, que había quedado sepultada. No
por casualidad fue Alberto Breccia uno de los pocos que supo seguir en contacto
con el laburo de estos dibujantes, que los estudió en serio (especialmente a
Macaya). El futuro está en saber mirar el pasado. Saqueador de tumbas, si
quieren. Pero me parece que uno dialoga de verdad con los muertos; a los vivos
se les dicen cosas como “pasame la sal”.
Una vez terminada la
saga de Borges (que se prolongó bastante), lo que siguió fue “Casi Budapest”.
Si bien tiene un aire familiar, da la sensación de que arrancaste otra cosa
para no repetir o aburrirte. ¿Quedó algo en el tintero con Borges? ¿No te
encariñaste con el Inspector de aves?
Borges se prolongó
bastante porque aparecía cada dos o incluso tres números de la revista, pero no
es tan extensa. El personaje de Borges y el detective de Budapest (¡otra vez un
detective!) tienen varias cosas en común: cierta mentalidad digresiva, la
morosidad verbal, la lentitud (de paso, el aspecto del Inspector Sigilozy sale
de un conocido mío que generosamente me prestó su apariencia). Pero esto va a
ser algo muy distinto, donde, por ejemplo, el protagonista ya no funciona como
eje de la historia, aunque sea el narrador. Lo que salió en Fierro hasta ahora
es sólo una presentación general y muchos elementos apenas esbozados van a
cobrar sentido más adelante. Porque, claro, la historieta tuvo una especie de
final de compás de espera en la última Fierro, pero recién empieza.
Bueno, yo creo que las
historietas pueden cambiar de vehículo y de hecho lo están haciendo, pero la
tristeza de mis personajes radica en que lo que está muriendo es un formato: la
revista de historietas. Porque incluso la aparición de una Fierro trimestral
haría que la revista se asemeje más a un libro o catálogo que a una revista
como las conocimos. Las revistas trabajan no sólo con el espacio físico que
ocupan en el kiosco sino también con el tiempo, esta periodicidad es parte de
su encanto; es una cuarta dimensión que los libros no van a tener jamás, la
administración de sus tiempos corre a cargo de los lectores. Y el formato
permitía cosas que eran imposibles en otros espacios: la interacción con la
realidad concreta es distinta, mucho más inmediata que la de un libro (y
también más perecedera), sus lectores forman un colectivo más perceptible (es
dado dirigirse a ellos como colectivo, mientras que los lectores de libros son
apenas individuos). Pero, por encima de todo, la revista permitía operar una forma
de alquimia literaria: la mutación. Imaginemos el famoso caso del niño leyendo
El Eternauta original, en Hora Cero. Al principio cree hallarse frente a una de
marcianos, y luego, número a número, va descubriendo emocionado que el cambio
de perspectiva y de género en lo que él había creído estar leyendo es
constante. Al final se aviva de que los marcianos no estaban delante suyo, sino
atrás. Ese tipo de cosas sólo las puede dar una revista.
En el caso de Fierro,
valoro y valoré la variedad de cosas que han publicado. Nunca encontré a alguien
al que la revista le gustase por completo, y me parece que eso fue lo que hizo
que se publicase tanto tiempo. Se puede decir que eso le garantizó una variedad
de público mayor que la que hubiese tenido de ceñirse al gusto de un lector
imaginario (que, por otro lado, nunca existirá), pero yo tengo la sospecha más
oscura de que a veces se la compraba también para (o incluso con el único
objeto de) putear contra todo aquello que nos indignaba de ella. Cuantas veces
no habré yo pasado las páginas, inventando insultos más coloridos y
extravagantes que los del Capitán Haddock, y ni el Bebé Timoteo ni el sagaz
Borges eran exceptuados de mis dardos venenosos. Pero eso es algo que tienen
las historietas (al menos aquí) y que las vuelve muy interesantes como objeto
de análisis o de crítica: dado que no están subidas a ningún pedestal ni hay
que tener conocimientos especiales para juzgarlas, despiertan pasiones
virulentas que nunca he visto aplicadas a disciplinas tales como la pintura de
caballete o incluso el cine (exceptuando, claro está, las adaptaciones de
historietas).
Pero si bien no
existe un lector ideal (coincido plenamente ahí), cada revista tiene un perfil,
un contenido “lógico” difícil de intercambiar con el de revistas colegas. Es un
planteo medio paradójico, siendo que Timoteo, Borges y Sigilozy están señalando
eso mismo, la ausencia de revistas de historieta. Pero digo, esa lógica estaba
cuando convivían la vieja Fierro, Columba y Skorpio, ponele. Recién ponderabas
la diversidad de historietas que albergó Fierro en estos años (ahí también
coincido). Tomando el concepto que usaste antes, ¿pensás que hubo algún rasgo
en común que organizara el conjunto? Y vuelvo a preguntar: ¿se podría haber
desarrollado una historieta como Borges en otra publicación que no fuera
Fierro? Más allá del tema del tiempo y la periodicidad que planteabas (voy más
a esa “identidad”).
No creo que una
historieta como Borges hubiese podido salir en otro lado (en parte porque no
existía ese “otro lado”), pero es difícil definir en qué consistió la identidad
de esta Fierro con tan poca perspectiva. Es más fácil descubrir esas
identidades a la distancia, y no creo que se ciñan sólo a un formato. Por
ejemplo: en la historieta clásica de, pongamos, Columba, era fundamental la
noción de género. En algún momento de los setenta, el autor se transformó en
personaje, y empezó a discutirla. El modelo original era un poco el de Osvaldo
Soriano, que tan en boga estaba en ese entonces, y que en “Triste, Solitario y
Final” bebía codo a codo con Philip Marlowe (fíjense que no estamos hablando de
un guionista de historietas, precisamente). Es el progresista latinoamericano
que discute sus diferencias con géneros a los que ama pero a los que no deja de
ver como parte de una maquinaria de propaganda imperialista, etc. Sobre ese motor, esa excusa argumental para
poder incluirse en el mapa tomando distancia crítica pero sin sacar del todo
los pies del plato, tenemos una variedad muy grande autores y de enfoques: Trillo,
Sampayo, Sasturain, Altuna (con su Beto Benedetti). Pongamos como wings de este
súper seleccionado a Barreiro en una punta (“No necesito ser progre para
discutir, me alcanza con una ametralladora”) y a Carlos Nine en la otra (mucho
más surrealista, establece distancia cítrica antes que crítica porque los caga
a naranjazos, pero Saubón no deja de ser el primo argentino y conflictuado de
Donald).
En esta última Fierro
ese paradigma cambió un poco. Aunque se perfilan otros nuevos, el género
clásico ya no existe, y el autor tampoco. El progre ya no discute nada, agarra
lo que viene. ¡Caramba! Esperemos el juicio de la historia y vayamos hablando
con los abogados.
Vos que has sido
parte, ¿qué sabés sobre el futuro de Fierro?
No demasiado.
Volviendo a las metáforas circenses, en este momento estamos como en esos
números en los cuales un acróbata va a
saltar desde lo más alto del palo mayor de la carpa para caer en un recipiente
del tamaño de un vaso de agua. El tipo sube por una escalerita y sale del
alcance de los reflectores. No lo vemos más. Sabemos que sigue subiendo sólo
porque se escucha el redoble de tambores. ¿Saltará? ¿No saltará? ¿Y si el
redoble de tambores sigue para siempre? Qué suspenso.
Unas líneas más
arriba decías que Casi Budapest recién está comenzando, con lo cual ya se
adivina su presencia en una Fierro trimestral. Así que repregunto: ¿qué sabés
del futuro de Fierro, además de que incluirá “Casi Budapest”? (Porque insisto, ¿dónde
más continuaría si no es allí?)
No tengo mucha idea.
Sé que la historieta se terminará de alguna manera porque ha sido comenzada y
ahora tengo una deuda con el Sr. Sigilozy, pero vaya a saberse donde
saldrá. Puede ocurrir que:
a-salga la Fierro trimestral sin
Sigilozy.
b- salga la Fierro trimestral con
Sigilozy.
c- no salga la Fierro trimestral (con o sin
Sigilozy).
d- salga sólo
Sigilozy.
e- no salga nada.
¡El tiempo dirá!
Este 5 de mayo a las 19 horas se presentará en la librería Eterna Cadencia, que queda en Honduras 5574 (no demasiado lejos de la calle Borges, verán). Se anticipa la presencia de invitados sorpresa, luminarias de la historieta, y la aparición espectral de cierta figura sedienta de venganza.
4 comentarios:
Muy buena entrevista, Pablo. Excelentes las reflexiones de Lucas sobre la creación de Borges y el debate acerca de la desaparición de las revistas. Para leer varias veces. Saludos.
Gracias por las preguntas, Pablo, y por todo el laburo que veo en el blog.
Abrazo
Gracias Javi!
Es cierto, con cada relectura surgen más ideas...
Gracias Lucas por todo:la infinita buena onda, tu tiempo, las imágenes cedidas y por las carcajadas que me sacaron Borges y vos. Esa escena arriba del 60 rumbo al Tigre se inscribe sin duda entre los momentos más algidos del Noveno Arte.
Nos vemos el 5 en Eterna Cadencia!
¡Excelente entrevista! No conocía el libro, pero ya está en la lista de próxima lecturas! Siempre es un placer leerte, y tus notas llevan a querer zambullirse en mundo que, para quién escribe, es desconocido aún.
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